AFRICANOS EN MÉXICO: ENTRE EL SILENCIO Y LOS SUEÑOS ROTOS

La migración extracontinental llega al país con la ilusión de cruzar a EUA. Al encontrar una frontera sellada y extremadamente violenta, algunos deciden quedarse en el norte para seguir intentando cruzar. Otros optan por encontrar trabajo en las grandes capitales del país.

Los migrantes africanos en México viven en la invisibilidad estadística y estructural. Foto: Cuartoscuro

Mónica Vázquez América sin Muros

 México es el principal corredor migratorio del mundo, cientos de miles de personas cruzan al año su territorio para llegar a EUA. Las políticas recientes del presidente Donald Trump dejan varadas en la frontera a poblaciones enteras. En últimas fechas una oleada de africanos ha pisado territorio mexicano. Según registros de la Secretaria de Gobernación,  dos mil 178 migrantes de África fueron presentados ante una autoridad migratoria mexicana, en 2017. Muchos se ven obligados a renunciar al sueño americano y buscan crear una vida en las ciudades mexicanas. Franck Crousteau y John Joachim son dos de los miles de africanos que se enfrentan a una cultura distinta y poco empática a ellos.

Viaje a ciegas

Cuando Frank Crousteau aterrizó en la CDMX se le confundió con un terrorista, en el aeropuerto lo pasaron a un cuarto y lo cuestionaron durante días. Lo peor es que nadie se podía comunicar en inglés con él, por lo que su estancia como detenido se prolongó. Pero al poco tiempo llegó una persona de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y lo llevó al refugio de Las Agujas, en Iztapalapa. Lugar que le brindó la oportunidad de solicitar sus trámites de refugio. Aunque a los pocos meses, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) se lo negó.

Frank Crousteau llegó a México a los 17 años de edad desde Camerún. Hoy solicita una visa humanitaria que le permita trabajar.

“Llegué a México en un vuelo con la finalidad de cruzar a EUA y reunirme con mis primos. Pero perdí mi pasaporte y me quedé en el país”, comenta Crousteau,  que salió de Camerún por persecución política. Según su narración, él vivía en un pueblo y se vio forzado a huir ya que por herencia debía asumir un cargo político y el grupo contrario lo atacaba. Atrás dejó la vida con su madre y sus tres hermanos. También dejó el sueño que compartía con su mejor amigo de ser el mejor ingeniero en informática: “Yo arreglaba computadoras”.  Ahora, en México trabaja en un café en la colonia Roma sirviendo mesas. “La gente de la zona es muy amable y en general me gusta vivir aquí”, agrega Crousteau. Hoy espera una resolución para tener una visa humanitaria que le permita trabajar de forma indefinida en el país.

La lucha que no tiene fin

Desplazados de sus hogares por la violencia política, pobreza y desigualdad personas de Camerún, Eritrea y la República Democrática del Congo emprenden travesías de más de 10 mil kilómetros con la esperanza de recibir el asilo en EUA. En la mayoría de los casos, su primera parada en el continente americano es Brasil. Sin embargo, la reciente elección del ultraderechista Jair Bolsonaro genera dudas sobre las nuevas tendencias migratorias que puedan surgir. 

John Joachim, de 50 años de edad, llegó a México por la frontera de Tapachula después de tres meses de viaje desde Brasil; país donde intentó quedarse en busca de un futuro mejor. A diferencia de Franck, él nunca anhelo el sueño americano. John viajó a América con la finalidad de generar dinero en algún país, y poderlo mandar a su familia en Nigeria.

Desde que se estableció en la CDMX, John trabaja en compañías de seguridad. Con un ingreso promedio de seis mil pesos mensuales, él sobrelleva sus gatos y ahorra para enviar dinero a su país. Al igual que su compañero más joven, John Joaquim pidió el refugio en México y le fue negado. El problema que le quita el sueño es que al no tener documentos la compañía de seguridad no tiene dónde depositar su nómina, y teme perder poco su trabajo.

“Desde hace cuatro años no veo a mi esposa ni a mis hijos. Me explota la cabeza de pensar en mi situación”,  John sueña con tener una residencia para traer a su esposa y dos hijas al país. Sus esperanzas son pocas: “Sé que algún día me darán la residencia, solo me queda tener paciencia”. Entre la desesperación por su situación, la falta de dinero y la lejanía de su familia, John dedica su tiempo libre a leer la Biblia, lo que le da consuelo en los momentos de adversidad. 

John Joachim, de 50 años, viajó de Nigeria a América con la ilusión de mandar dinero a su esposa e hijas.

El flujo de migrantes de África a México no es nuevo. Pero las actuales políticas de EUA dejan cada vez a más personas en territorio nacional. Lo que ha sacado a la luz, lo poco que se entiende de sus costumbres y necesidades más básicas, como el idioma. Lo que lleva a estas personas a permanecer fuera de la sociedad con pocas posibilidades de integrarse al mundo laboral. “Las personas de África tienen un espíritu muy distinto al latino. Ellos no agachan la cara. Al contrario, te miran a los ojos y te confrontan. A nivel cultural son muy distintos”, comenta la dramaturga y activista social Karin Vogt.

Los trabajadores y voluntarios de los albergues están acostumbrados a recibir migrantes centroamericanos en su paso hacia el vecino país del norte, o repatriados por la Patrulla Fronteriza, pero no están preparados para atender debidamente a los africanos. No solo carecen de espacio y comida suficiente, no hablan el idioma ni conocen bien sus necesidades.

 Aferrados a la frontera norte

Las cifras son alarmantes, desde 2016 se registra un fenómeno migratorio en ascenso. De acuerdo con la  Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes (Redodem), los albergues, centros de atención y de derechos humanos de la frontera norte, en particular los de Mexicali y Tijuana, en Baja California, se han visto sobrepasados por la cantidad de migrantes procedentes de países africanos como Congo, Ghana, Senegal, Somalia y Malí que llegan a México.

Activistas y medios han documentado que muchos de ellos recorrieron miles de kilómetros para solicitar ser reconocidos como refugiados en EUA, tras haber padecido problemas humanitarios o conflictos armados, como los que afectan a varias naciones africanas. Al ser rechazados por el país del norte, se aferran a la idea de cruzar y viven en la línea fronteriza. La falta de infraestructura para integrarlos en la sociedad los margina y se les ve deambulando en las calles o como vagabundos sin rumbo fijo. La población africana en México vive en la invisibilidad estadística y estructural. Por si fuera poco, la sociedad muestra poco entendimiento y empatía a ellos y a sus necesidades. 

 

 

 

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