MAMADOU, 24 AÑOS, GUINEA, MUSULMÁN

América Sin Muros conversa con un católico del Congo, un musulmán de Guinea y un evangélico de Nigeria para retratar la multiculturalidad religiosa en los albergues para migrantes.

 

 

 

Mamadou, 24 años, Guinea, musulmán

Texto: Irene Larraz │ Fotos y video: Jesús Cornejo

Mamadou estira su toalla en el suelo, en un huequito que queda entre dos de las ocho literas que migrantes y turistas comparten en la Casa de los Amigos, el Centro Cuáquero de Paz y Entendimiento Internacional que queda a unos pasos del Monumento a la Revolución. No importa que haya cuatro personas mirando detenidamente cada uno de sus movimientos. Es la hora, y se arrodilla en dirección a la Meca para realizar su tercer rezo del día.

Desde que llegó huyendo de la persecución que sufre su etnia en Guinea, los Peuhl, Mamadou ha encontrado en México un refugio para practicar su religión: el Islam. Mientras espera una respuesta a su solicitud de asilo, le pide a Alá por su salud, “porque la salud es el principio de todo; con ella se puede trabajar, cuidar de la familia y tener una buena vida”.

Mamadou viene de un país donde la población total supone menos de la mitad que la Ciudad de México, y donde nueve de cada diez habitantes son musulmanes. La misma proporción que hay de católicos en México. Se le hace raro que sólo haya una mezquita en una ciudad tan grande, y lamenta que sólo pueda ir un día a la semana a orar.

En su casa, en Conakry, a 9,200 kilómetros de distancia de donde se encuentra ahora, no debe caminar más de treinta metros para encontrar una. Aquí le toma una hora, dos líneas de metro, un trasbordo y diez paradas llegar al Centro Educativo de la Comunidad Musulmana en Polanco. Pero incluso allí, después de ese recorrido, le sorprende que la mezquita esté casi vacía: se estima que en 2015 sólo había 5.260 musulmanes viviendo en México.

Cuando llegó comenzaba el mes del Ramadán. Alguien le llevó a la mezquita y a partir de entonces iba todas las tardes para el rezo de las 7pm. “No podíamos ir a la mezquita a la oración de las 5am porque el metro aún no estaba funcionando. Si no, hubiéramos ido, porque es muy importante rezar todos juntos”.

Sin embargo, reconoce que hay mucho desconocimiento de su religión, y que muchos ignoran o no respetan sus tiempos. “En el albergue al que llegué la primera vez éramos varios (musulmanes), pero el resto de los compañeros no comprendía realmente nuestra cultura, porque ponían música a cualquier hora y para nosotros no es posible rezar con música. Pero gracias a Dios pudimos hacerlo lo mejor posible. De hecho, el Islam es muy simple: se trata de tener una vida limpia. Si yo tengo mi alfombra, hago mis abluciones, y hago mis rezos, está todo bien. Y si sabes la dirección por donde sale el sol, puedes rezar”.

“En mi país los jóvenes no tenemos esperanza. No hay nada. Si eres Peuhl, además estás marginado, no puedes trabajar. Muchos han tenido que cambiar su apellido para que no los discriminen, y el problema no termina. Por eso son importantes las plegarias para dar gracias por haber llegado hasta aquí”.

Mamadou reconoce que ha sido un largo viaje: primero en Brasil, y luego atravesando todo el continente por Ecuador, Colombia y Centroamérica. Pero “on tient le coup” (“aguantamos el golpe”), dice en francés. No es para menos: en su camino atravesó ocho fronteras, se puso en manos de polleros, pagó peaje a las Farc y en dos ocasiones le robaron todo lo que llevaba. Todavía no ha valido la pena, dice, pero cree que pronto, en cuanto consiga el estatus de refugiado, lo hará. “Sólo espero poder regularizar mi situación aquí. Si no tienes papeles no eres nada, eres invisible”, dice girando la cabeza de un lado a otro.

Llegó aquí hace tres meses, a comienzos de mayo porque en Brasil se encontró con muchos compatriotas que pronto corrieron la voz de donde estaba. “Cuando estás siendo perseguido, aunque sea lejos, en mi país, es mejor desaparecer y no dejar huellas, así que decidí irme para que la gente no sepa nada de mí”, cuenta.

Trabaja por las noches, de 7pm a 7am, y aunque no ha sido discriminado por pertenecer a otra religión, en ese horario no puede hacer los dos últimos rezos de los cinco que exige el Corán. “Intento hacer uno antes de empezar y aprovecho el descanso de media hora que nos dan a las 2am para hacer el último del día, y siempre dar gracias”, señala. Por 12 horas de trabajo Mamadou recibe 200 pesos.

Parece mentira pero, aunque Mamadou es sociólogo, cuando vivía en Guinea con su esposa y su hija de 2 años tenía el mismo trabajo que en México: embalaba cajas y empaquetaba revistas y cartones. “Cuando venimos como migrantes, sabemos que tenemos nuestro lugar en los trabajos que nadie más quiere. Yo estoy acostumbrado a hacer trabajos duros, pero a veces es inhumano”.

La semana pasada, embalando una caja, se cortó y se hizo una herida en el dedo anular. Su patrón le dijo que lo había hecho a idea, y que no quería trabajar. “Es difícil cuando no hay consideración con uno”.

Allá tampoco le sirvió de nada ser profesionista; el desempleo juvenil alcanza el 60%. “No hay trabajo, y menos para los Peuhl”, dice. “En mi barrio, de mayoría Peuhl, no había ni una sola escuela pública. Para estudiar, tenía que caminar 5 kilómetros cada mañana. En la secundaría tenía que caminar 7 km. Y para la preparatoria, 10 km. Mi etnia siempre ha sido dejada de lado, sin inversión del Estado. Estamos tan marginados que a la carretera que conduce a mi barrio la llaman ‘la carretera del mal’”, dice con rabia. “Nosotros la llamamos ‘la carretera a la democracia’”.

Desde que tenía 16 años, Mamadou participa en las protestas en contra del gobierno guineano. Baja la mirada y habla de los amigos que han perdido la vida, de la cicatriz que tiene en la nariz por un golpe de la policía por el que tuvo que ser operado tres veces, y del tiempo que pasó encerrado en la prisión central. “La policía no reconoce el valor de una persona, por eso tomé el riesgo de venir”, afirma.

Aquí comienza un nuevo sueño: quiere estudiar una maestría en criminología y ser inspector, y espera poder juntarse con su esposa y su hija muy pronto.

 

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